refugio interior

22.6.07

de pueblo

foto: tim barber



Entre las personas que formaban el pequeño coro, había una chica que les llamó la atención poderosamente. En una palabra, era estrafalaria. Bailaba, daba saltos, tocaba la pandereta sin parar y cantaba más alto que ninguno de sus compañeros. Era pura energía en movimiento.
Estaban sin palabras ante semejante exhibición pública y se quedaron plantados en aquel punto, sin ser capaces de moverse, hasta que el acto hubo acabado. Cuando se dieron cuenta, la gente que les rodeaba se había ido y de todos los espectadores, sólo quedaban ellos. La estrella del coro, vino hacia ellos con total decisión y sin más preámbulos se presentó ella misma, dándoles dos sonoros besos en las mejillas a cada uno.

-¡Hola, me llamo Marimerce, encantada! ¡Yo a vosotros os conozco de vista, del Metálico! Bueno, además sé que tú-dirigiéndose a Álvaro- eres hermano de Juanjo, que trabaja en la fábrica de muebles, ¿verdad?
-Pues sí-le contestó Álvaro muy cortado, sintiendo cómo se ruborizaba.
-¿Y qué? ¿Os ha gustado?
-¿El qué?-preguntó Mario extasiado ante el desparpajo de la desconocida.
-Pues el culto, ¿qué va a ser?-dijo la chica señalando a sus compañeros que se afanaban en recoger los instrumentos, los micros y todo lo demás.
-Ah, te refieres a las canciones y eso, sí, bueno, no ha estado mal. Un poco monotemáticas ¿no? Pero bueno, bien, bien, se te veía muy desenvuelta, -le dijo Mario un poco incómodo por tanta pregunta.
-Sí ¿verdad? A mí es que la alabanza me encanta y desde que estoy en el grupo de teatro del pueblo y he aprendido técnicas de relajación para las actuaciones, soy otra. Ya no me da miedo ponerme delante de la gente ni nada.

Mario puso cara como de no terminar de creerse mucho lo del miedo escénico que la tal Marimerce decía padecer. Dudaba mucho que alguna vez lo hubiera tenido en vista de los hechos.
Álvaro no se enteraba muy bien de lo que decía esa muchacha tan extraña. ¿Culto, alabanza? ¿De qué demonios estaba hablando?

-¿Os apetece tomar algo dentro de un rato?-les preguntó la chica.

Se miraron mutuamente sin saber qué decir, y en un arrebato de curiosidad por saber más de todo ese extraño mundillo del que les había empezado a hablar, dijo Álvaro que sí. Mario no supo disimular muy bien su sorpresa, pero acató en silencio.
-Pues nada, dentro de media hora nos vemos en la caseta de Manolo el de los pollos, la que está al final del parque, ¡hasta luego!
Dicho lo cual, dio media vuelta y fue a reunirse con sus compañeros.

-¡Hasta luego!-contestaron los dos a la vez.
-¿A ti qué te parece?-le preguntó Álvaro a Mario en voz baja.
-Que está como un cencerro.

Y se fueron camino de la caseta donde habían quedado.

Allí estuvieron los tres, sentados en la terraza, bebiendo y hablando hasta las tantas de la madrugada por primera vez, como harían otras muchas veces a partir de aquel momento. Álvaro hacía preguntas sin parar sobre las creencias de Marimerce y qué significaba todo lo que habían visto en el parque. Ella les estuvo explicando que era “evangélica carismática” desde que tuvo una depresión muy fuerte y había intentado suicidarse.

Desde pequeña había sido la rara de su familia, del colegio, de su calle, del instituto y del trabajo. Los demás se metían mucho con ella por su forma de vestir, por su físico, por sus ideas, en fin, por todo lo que era. Hubo un momento en el que se sintió totalmente anulada y despreciada por todos los que la rodeaban, incluida su familia. Se encontraba vacía y sola, muy sola, y decidió acabar con todo, de una vez y para siempre. Así que un día, al salir de la bodega donde trabajaba como administrativa, se fue camino a casa decidida a quitarse del medio. Ya tenía varios botes de pastillas que le había robado a su amiga Encarni, la farmacéutica, una vez que estuvo ayudándole a hacer inventario.
Iba caminando muy deprisa, con el alma en un puño, llorando, ciega de dolor y la gente le miraba descaradamente cuando pasaba a su lado, pero ya le daba todo igual. Había caminado muchísimas veces por aquella calle, y nunca había reparado en la pequeña iglesia de la que salía música. Entonces, con el pálpito de que aquello iba a cambiar su vida entró sin pensarlo. Se encontró a un pequeño grupo de personas que al parecer estaban ensayando sus canciones. No se parecía a nada de lo que había visto en las misas de toda la vida, tan rancias. Esas personas levantaban sus manos, saltaban, tocaban instrumentos y reflejaban al cantar una alegría que la clavó en el sitio. Se sentó en el último banco y estuvo escuchando hasta que acabaron. Las letras le daban esperanza, había alguien en quien confiar, un lugar mejor con el que soñar. Lo tenía decidido, nada de suicidio, a partir de entonces ella iba a dejarse la vida en ese coro aunque tuviera que hacerse protestanta, budista o de los hare krisna. El caso es que había encontrado un motivo para estar viva.

Comenzó a ir regularmente a la iglesia, poco a poco se fue sintiendo más segura, se introdujo en el coro, llegó a ser la voz solista y como se le quedaba pequeño, empezó a ir también a los ensayos del grupo de teatro que habían formado algunos jóvenes del pueblo tiempo atrás. Empezó a conocer gente, hizo algunos amigos y lo mejor de todo, es que había descubierto su verdadera vocación: quería ser artista, quizás por Jesús, pero artista. Y carismática, muy carismática.



Los chicos estaban perplejos por todo lo que les estaba contando su nueva amiga. Sabían de oídas que en el pueblo hacía años que había una iglesia protestante, pero ninguno había tenido relación con ellos. Mario había ido a clase en el colegio con uno de ellos, pero
nunca había tenido mucho roce con él. Era la primera vez que hablaban de estos temas y que conocían de primera mano lo que hacían en ese sitio. Marimerce se quedó mirándolos con una chispa de malicia en los ojos y acercándose a ellos les soltó a bocajarro:
-Bueno, yo ya os he contado bastante de mi vida, así que ¿y vosotros dos, cuánto tiempo lleváis juntos, si no es indiscreción?
Mario acusó la directa y cruzando las piernas carraspeó nerviosamente, sin saber muy bien qué decir. Álvaro abrió los ojos como platos y le dijo en un susurro:
-¿Tanto se nos nota?
Ella soltó una gran carcajada y extendiendo su brazo, cogió la mano del joven, la acarició con dulzura y mirándole a los ojos le contestó:
-Cariño, el amor se percibe donde quiera que esté, y yo lo noto. Soy carismática, no idiota.
Y los tres se echaron a reír al mismo tiempo, disipando la tensión que la pregunta había provocado.
Allí sellaron su amistad con tres gin-tonic, brindando por el amor, por la música y porque el encuentro de dos maricas de pueblo enamorados y una protestante estrafalaria que quería ser artista y se llamaba Marimerce, tenía mucho mérito. Al fin y al cabo los tres eran unos supervivientes de su medio. El pueblo de Manolo el de los pollos.


4 comentarios:

Irene dijo...

Me gustó mucho. Es una historia cotidiana,con personajes muy creíbles, seguramente inspirados de la vida real. Pero tanto si es real como sino, me gustó que mariamercé detectara el amor.
Besitos.

Unknown dijo...

No hay nada más bonito que las historias de pueblo, de esas historias de Angel el panadero, del bar de la Merce, de la tienda de la Chari y de los paseos por la plaza, las tardes en los bancos del parque y los paseos al río. Esta, en concreto, me ha arrancado una gran sonrisa por la maravillosa peculiaridad de sus personajes.

:)

Luna Agua dijo...

Me imagino esos mismos personajes en una gran ciudad. No habría pasado... nada.
Pero ahí, en ese contexto, de dio un fulgor de honestidad.

>Besos

kozmicboy dijo...

bueno, ya he dicho en varias ocasiones que soy de pueblo, y siempre me ha parecido que ser diferente en un pueblo tiene mucho mérito porque la presión social y familiar es mucho mayor que en una ciudad. a veces un pueblo puede ser asfixiante, como luego he comprobado que una ciudad también, por otra parte. no son personajes copiados de la realidad, pero sí son personas que existen en la realidad, porque hay muchas personas en los pueblos que se buscan la vida como pueden para sobrevivir en un entorno hostil, y de eso puedo dar fe.
besos


el amor se esconde dentro del arco iris
el amor se esconde en estructuras moleculares
el amor es la respuesta

j. morrison